Existe un principio científico denominado La navaja de Ockham que viene a decir algo así como que “La explicación más simple y suficiente es la más probable, pero no necesariamente la verdadera”. No está considerado para nada un principio irrefutable, pero tiene un punto muy interesante para nuestro análisis y es que, muchas veces, cuando tenemos un problema, los arboles no nos dejan ver el bosque. Nos obcecamos con un único camino hacia un único problema y nos vamos encajonando poco a poco, sin darnos cuenta. Nuestras vueltas no hacen otra cosa que complicar más y más la solución que estamos buscando. Eso nos ha pasado a todos. Yo lo que hago cuando descubro que estoy en ese punto es pedir consejo a alguien que tenga una forma de pensar lo más contraria posible a la mía o, en su lugar, dejo de pensar en el problema durante varios días para que el cerebro descanse y busque otras vías. Cuando tienes mucha presión esto no es nada fácil, pero con el tiempo uno acaba haciendo que el cerebro sea su aliado y confiando en él. El problema es que es muy, muy difícil darse cuenta de que estás en un hoyo dando vueltas sobre ti mismo. Eso es lo realmente difícil.
Allí desde las nubes Manel encontraría solución a nuestros paseos en globo por Cuenca
Y ahí estábamos nosotros, dándole vueltas a nuestros mapas topográficos, el Google Earth, los vientos dominantes y las zonas de aterrizaje posibles. Evaluando miles de opciones y buscando un lugar de despegue distinto para cada dirección probable del viento. Metidos en un hoyo, cavando y cavando para tratar de salir… conocéis la sensación ¿verdad?. Pues el problema, a toro pasado, tenía una solución simple y suficiente como diría nuestro buen amigo Ockham allá por el siglo XIV. A toro pasado… Creedme que en ese momento no veíamos la luz al final del túnel; nuestra adrenalina estaba por las nubes.
Precisamente allí, desde las nubes, Manel encontraría solución a nuestros paseos en globo por Cuenca, pero no adelantemos acontecimientos.

No hacíamos más que darle vueltas a las fotos aéreas del Google Earth.
Llegados a este punto conviene hacer una reflexión para que todos entendamos bien la situación en la que nos encontrábamos. Los pilotos de globo tienen siempre dos cosas en su cabeza, localizar los cables que haya en el terreno para mantenerlos lo más alejados posibles y tener a mano un lugar para aterrizar. En este sentido los dos paisajes que no querrá ver un piloto cuando vuele serán el mar y la montaña. Ninguno quiere volar cerca del mar porque en medio del agua no se puede aterrizar, por eso es raro encontrar vuelos regulares cerca de las playas. La montaña no es una opción por la misma razón y menos aun si están plagados de árboles como es el caso de Cuenca. Pues bien, Manel tenía experiencia en los dos lugares.
El único que aceptaría el reto de volar en globo allí sería Manel
En 2007 fue contratado para volar en Djerba, una isla tunecina de 500Km2. La empresa que lo contrató tenía serias dificultades para hacerse con un piloto porque, como ya hemos dicho, ningún piloto de globos quiere ver el mar. Habían comprado el globo sin informarse ni conocer cómo funciona este mundo. Ahora no conseguían que nadie aceptara volar en una isla tan pequeña. Al final el único que aceptaría el reto de volar en globo allí sería Manel. Para complicar aún más la cosa, la base de operaciones se encontraba muy cerca de la playa y sólo tenía permitido despegar desde allí. Cuando uno vuela en un lugar así se agudizan los cinco sentidos y se acaba apreciando cada matiz del viento. Tiempo después el piloto tuvo que huir de Tunez porque le pillaron las revueltas de la Primavera Árabe en medio de la Isla. Las prioridades cambiaron y Manel se conformó con salir sano y salvo del país.

La isla de Djerba
Más adelante, en 2013 el destino le llevó a volar en globo sobre los Alpes. Allí trabajaría los siguientes cuatro años. Manel solía bromear mucho con uno de los vuelos que hacía allí, en medio de un valle, porque decía que era como meterse en una cinta transportadora. Existía una corriente local, lo que los estudiosos de los vientos llaman catabática, que transportaba el globo por un valle cerrado entre Chateau de Oex y Gruyeres. El globo iba haciendo todas las curvas del valle siguiendo los caprichosos meandros del río. Cada vez que un piloto hacía ese vuelo por primera vez se ponía a prueba su templanza porque en más de una ocasión parecía que se iba a chocar contra las rocas. Lo que le pedía el cuerpo era darle gas al quemador para subir y evitar el inminente choque, pero el globo siempre acababa girando siguiendo el curso del río.
Cuando Manel realizó el primer vuelo en globo por Cuenca las hoces le hicieron recordar su valle andino
Cuando Manel realizó el primer vuelo en globo por Cuenca, aquel famoso domingo con la prensa, lo que vio desde arriba, las hoces del Jucar y del Huecar, le hicieron recordar su valle andino. En pequeño, sí, y con un río mucho menos caudaloso, pero aquello tenia ciertas similitudes. Sobre todo la hoz del Huecar. Por mucho que uno mire la topografía y se recorra toda Cuenca en coche no hay nada como verla desde las alturas para saber realmente como se configuran sus valles. Y Manel la vio como más le gustaba, volando desde un globo. Y allí, mientras volaba a la prensa, la idea del vuelo comenzó a germinar; ¿existiría una corriente similar en aquel valle? La lógica y su experiencia decían que sí. En la práctica cada local tiene unos vientos característicos muy determinados que responden a una suma compleja de factores. Pero al menos habíamos salido del hoyo. Habíamos empezado a mirar Cuenca como un local especial, que es lo que realmente es, y no sólo como un lugar que debía ser atravesado a través de los vientos dominantes diarios. Este error de concepto, aunque parezca tener una sencilla solución como diría Ockham, nos había tenido en ascuas a todos hasta ese momento. Y no sólo a nosotros, sino a todos los pilotos que habían sobrevolado Cuenca hasta ese momento.

Hay gente que nos pregunta si se puede volar en invierno!
Aun así, aun quedaban muchos flecos por resolver y muy poco tiempo para ponerse manos a la obra. Ya teníamos billetes vendidos para el siguiente viernes y sólo quedaban cinco días. Obviamente teníamos la opción de hacer el viaje periférico, es decir, enseñar Cuenca desde la lejanía como se hace en otras localidades de España, pero ese no era el plan. Teníamos que hacer un vuelo en globo que llegara a ver al menos parte del casco antiguo desde una distancia razonable. Tal y como lo había visto la prensa con el afamado viento del Norte.
Teníamos que hacer un viaje en globo que asegurara ver el casco antiguo
Otra vez parecía que la cosa se volvía a complicar; la euforia poco a poco se fue tornando en desesperación. Nuestro objetivo inicial era encontrar un lugar de despegue en medio de la hoz del Huecar para probar si realmente existía una corriente catabática en su interior. Para el que no conozca la hoz comentarle que se trata de un valle muy cerrado por farallones dolomíticos verticales a los lados que en su interior sólo tiene huertas en las partes planas y pinos en las partes más inclinadas. Existe una carretera que recorre la hoz por la parte más baja, al lado del río, pero la mayor parte del valle es inaccesible a los vehículos. Tanto es así que la rivera derecha cuenta con multitud de casas que tienen que ser abastecidas en moto o a pie porque no existen caminos para llegar a ellas. Eso nos complicaba mucho la situación. Para más inri los pocos locales en los que se podía montar un globo dentro de la hoz habían sido usados para poner postes de teléfono o torres de la luz lo que los convertía en impracticables a todas luces para hinchar un globo. Llegamos incluso a ponernos en contacto con un hotel que hay en la hoz para preguntarle si podíamos usar su campo de futbol para despegar, pero tuvimos que desechar la idea por la distancia a la ciudad. No podíamos arriesgar a volar tan lejos sin saber si existía una corriente o no.
En aquel hotel volvimos a ver la luz. José, la persona que nos atendió, era parapentista y se conocía perfectamente los vientos locales. Nos confirmó que existía la corriente y nos dio un dato muy importante; un poco más adelante del puente de San Pablo la catabática chocaba contra los vientos dominantes del día y se originaba un rotor (o remolino) que era necesario evitar a toda costa. Pero sí, la catabática existía, otra cosa era como iba a funcionar para transportar un globo de 145.000 pies cúbicos y más de 500 kg en vacío. Era obvio que no se podía comparar con el vuelo de un parapente. El tiempo seguía corriendo y necesitábamos encontrar nuestro lugar de despegue, lo más cerca posible de Cuenca. Fueron días de trabajo constante. Por las tardes estudiábamos el Google Earth para ver cualquier zona limpia de obstáculos que pudiera servirnos para hinchar el globo. A la mañana siguiente íbamos a ver los locales escogidos para tristemente dilucidar que no era posible entrar. En algunos casos porque estaban vallados y realmente el espacio libre se reducía a la mitad. En otros casos porque era imposible acceder con un remolque. En algunas ocasiones porque lo que en la foto se veía en barbecho en la actualidad estaba cultivado. Y pasaban los días.
La meteo nos trajo una buena noticia. El viento para el fin de semana venía del Oeste, pero traía una velocidad extremadamente lenta. Esto quería decir que, si conseguíamos el lugar de despegue, podríamos volar desde allí el viernes siguiente, funcionara o no la corriente catabática porque tendríamos asegurado un aterrizaje tranquilo en Nohales. Pero igualmente necesitábamos encontrar el lugar de despegue cerca de Cuenca porque la velocidad del viento no nos hubiera permitido despegar desde el hotel que habíamos visto y llegar a Cuenca.
El miércoles por la tarde decidimos no trabajar más con foto aérea. Salimos a recorrer la hoz con la intención de subirnos a los puntos más altos para tratar de avistar lugares probables. El sentimiento era agridulce; por una parte, teníamos la solución a nuestro alcance, por otro era imposible llevarla a cabo. Y el tiempo pasaba.
Subimos al Cerro de Socorro que ya habíamos descartado previamente por la densidad de arboles que había. Igualmente los miradores tampoco tenían la superficie necesaria y además se llenaban de caravanas todos los fines de semana. Decidimos subir para observar desde dichos miradores la hoz en busca de la solución. Llegamos a ultima hora de la tarde cuando los rayos del sol ya inciden de forma perpendicular con el terreno. Y allí la diosa fortuna nos volvió a sonreír. En medio de la subida, entre los árboles, aquellos rayos de sol nos mostraron un lugar que hasta aquel día se nos había pasado desapercibido; tanto en la foto aérea como en las ocasiones anteriores que habíamos subido por allí. La visión experta de Manel hizo el resto. “Ya hemos encontrado el lugar; mañana despegaremos desde aquí” “¿Estás seguro? ¿Aquí cabe un globo para despegar?” Sergio y yo no salíamos de nuestro asombro; aquello era un claro empinado en medio de la montaña que jamás hubiéramos valorado. “Cabrá” fue la respuesta de Manel.
Un globo más grande jamás lo hubiéramos podido montar
Y cupo. Ya lo creo que cupo. Tener un globo pequeño también jugó a nuestro favor. Un globo más grande jamás lo hubiéramos podido montar en aquel claro.
El resto de la historia creo que os lo imagináis. La catabática funcionó, hasta el puente de San Pablo, tal y como nos dijo José, nuestro colega parapentista. Empezar a volar en la hoz nos regaló quizás el vuelo regular más bello que se hace ahora mismo en España. El Huecar, amigo fiel de los conquenses, llevó nuestro globo hasta las casas colgadas para que pudiéramos verlas desde un balcón extraordinario. La adrenalina acumulada en los últimos meses reventó y todas las horas de esfuerzo, todas las horas sin dormir, se convirtieron en poesía aquel día. Las palabras desaparecieron y allí, Sergio y yo, mirando pasar el globo por encima del puente de San Pablo, nuestro puente, no pudimos contener las lágrimas.

Aquel día, todas el esfuerzo y las horas sin dormir se convirtieron en poesía.
¡Vuela con nosotros!
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