PRIMER INTENTO

Candela iba mirando con enorme curiosidad las calles desiertas de Cuenca. Eran las 5:50 de la mañana e iba sentada en su silla en el asiento de atrás del coche. En ese momento aun no podía saberlo, pero aquella aventura que comenzaba en ese preciso momento le iba a cambiar la vida para siempre. Se había puesto su camiseta favorita, la que compraron en un parque de atracciones en Francia que llevaba impreso el dibujo de la catedral de París. No es que fuera presumida, a pesar de que todo el mundo le decía que tenía unos preciosos ojos almendrados, pero le encantaba esa camiseta porque le traía muy buenos recuerdos. A sus nueve años ya había generado muchas experiencias que jamás olvidaría. También tenía muy claras algunas cosas; le encantaba ese peinado que un día le habían hecho en la peluquería, tipo Cleopatra que decía su mama, y que, desde entonces, se había negado a cambiar. Mientras ella iba absorta en sus pensamientos oía la conversación de fondo de sus padres; su mama le decía a su papa que no había dormido nada en toda la noche por culpa de los nervios. Ninguno de los tres había montado nunca en globo y aquello era una experiencia completamente nueva. A veces le resultaba curioso como los mayores se ponían tan nerviosos cuando hacían algo por primera vez. Ella estaba acostumbrada a hacer cosas por primera vez muchas veces y no le ponían nerviosa; todo lo contrario. Había dormido genial; se había acostado preguntándose si podría tocar las nubes durante su viaje en globo, se había dormido plácidamente y había soñado que caminaba entre las nubes siguiendo al globo mientras su madre le regañaba porque se podía caer. Y es que su mama tenía vértigo, pero Candela todo lo contrario. Adoraba las alturas.

En el punto de encuentro les estaba esperando la tripulación del globo y otros pasajeros. Allí Candela se llevó una enorme decepción. El piloto del globo iba vestido normal. Ella se lo había imaginado con un gorro de explorador, un monóculo y un catalejo. Ni siquiera tenía un acento raro de un país muy lejano… ¿pero qué tipo de viaje en globo iba a ser ese?

Los ayudantes del piloto eran tres he iban vestidos todos con un polo blanco que ponía “a vista de globo”: dos chicos y una chica. Fue ella la que les dio los buenos días:

—¡Buenos días! Bienvenidos a nuestro viaje en globo. Hoy hace un día fantástico para volar.

—¡Un día fantástico para volar! – repitió el más alto.

—Fantástico —dijo el tercero, más bajito y barrigón.

Menos mal -pensó Candela- Al menos quizás aun pueda tocar las nubes. Después de contarles cosas de mayores que Candela no quiso escuchar (era mucho más divertido observar al resto de personas que también iban a volar en globo aquel día) les metieron en unos todoterrenos y les llevaron a la zona de despegue. Estaban en medio de la hoz del Huecar, rodeados de montañas. Empezaba a amanecer y la luz comenzaba a dejar ver la forma de dichas montañas. Superada la decepción del piloto, decidió que aquello comenzaba a ser divertido.

En la zona de despegue, mientras el piloto del globo miraba atentamente al cielo tocándose el mentón, la chica ayudante les explicó que el objetivo del vuelo era pasar por Cuenca, por la parte antigua. Candela quería saber si, después de la parte antigua, iban a pasar por encima de casa de sus tíos para saludar a su prima Laura que la estaba esperando en la ventana, pero le dio vergüenza preguntar. Decía la chica que para poder pasar por Cuenca necesitaban que la corriente de viento local, que se llamaba Catabática, les empujase hasta allí. Explicaba que era una corriente de viento muy caprichosa, como todos los vientos, que a veces se levantaba y a veces no. Que cuando quería soplaba con fuerza hacia Cuenca, pero que cuando estaba enfadada soplaba hacia el lado contrario.

—Una corriente de viento muy caprichosa —repitió el alto.

—Muy caprichosa —repitió el bajito barrigón.

—Así que-continuó la chica ayudante —si queremos que la Catabática nos lleve a nuestro destino tendremos que cantarle. ¿Algún voluntario?

—Candela —dijo su mama —Candela canta muy bien ¡Le encanta cantar!

Sin comerlo ni beberlo y sin que nadie le hubiera preguntado si quería cantar (eso era muy común entre los mayores) Candela se vio en mitad de un círculo, en cuclillas, cantando con los tres ayudantes, mientras el resto de pasajeros les observaban. Era una canción bastante ceremoniosa que a ella se le antojó podría ser india. Los ayudantes iban cantando las estrofas y Candela las iba repitiendo.

“Cuando los rayos de sol

iluminan nuestra hoz

invocamos la Catabática

para un vuelo mejor.

Cuenca es nuestro destino,

el Huecar es el camino.

Y al viento solo le pido,

aterrizar divertido”

Todo esto lo hicieron acompañando los canticos con gestos, como hacían en el colegio. Candela pensó que muy bien tendría que haber cantado ella para que la Catabática les llevase a Cuenca, pues los tres ayudantes cantaban rematadamente mal. De hecho, en el momento en el que terminaron de cantar y todo el mundo empezó a aplaudir, se levantó un viento de muerte.

—¿Pero que habéis hecho? —gritó el piloto haciendo aspavientos con los brazos.

—No entiendo nada —dijo la chica ayudante encogiendo los hombros- La niña ha cantado muy bien.

—La niña ha cantado bien —Repitió el alto.

—Muy bien —dijo el bajito barrigón meneando la cabeza.

—Los que han cantado mal son los ayudantes —pensó Candela para sus adentros, pero le dio vergüenza decirlo.

Antes de que pudieran reaccionar empezó a llover y todos tuvieron que montar en los coches corriendo. El vuelo se había suspendido.

SEGUNDO INTENTO

La segunda vez que fueron a volar, todo fue muy parecido. Las calles desiertas, su mama diciendo que no había dormido nada, su camiseta favorita de la catedral de Paris, los ayudantes dándoles la bienvenida, su prima Laura esperando en la ventana de casa de sus tíos, los todoterrenos recorriendo la hoz en medio de la noche y el sol marcando las líneas de las montañas al amanecer.

Una vez más le tocó cantar a Candela porque, según palabras de uno de los ayudantes del piloto; “la niña canta como un ángel”. Así que, una vez más, sin que nadie le preguntara si quería cantar o no, Candela se vio en cuclillas en medio del círculo. El piloto, esta vez, miraba a la niña disimuladamente por el rabillo del ojo.

—BOOOOOOOOOM —Sonó un trueno nada más terminar de cantar.

—No lo entiendo —dijo el piloto rascándose la cabeza- es verdad que la niña canta bien.

—Son los ayudantes los que cantan mal —se oyó que decía una voz entre el grupo de pasajeros.

“Eso digo yo” pensó Candela, pero no dijo nada porque le daba vergüenza.

—Ya, ya lo sé —dijo el piloto meneando la cabeza —cantan horripilantemente.

—Horripilantemente —aceptó el bajito barrigón mientras los otros dos miraban hacia arriba disimulando.

—Pero la Catabática ya los conoce y no le importa —siguió el piloto— Lo importante es cómo cantan los pasajeros. La verdad es que no entiendo nada. Voy a investigar esta cuestión en el libro secreto de los vientos.

—¡El libro secreto de los vientos! —Exclamo el ayudante alto.

—¿Qué es ese libro? —preguntó Candela, que por culpa de la curiosidad se olvidó que le daba vergüenza hablar con los mayores.

—Es un libro que sólo conocen los pilotos de globo, niña —respondió misteriosa la chica ayudante —No puedes contarle a nadie que sabes de su existencia.

“Tendré que decirle a Laura que no se lo cuente a nadie” pensó Candela mientras todos se montaban en el coche de vuelta a casa.

A LA TERCERA VA LA VENCIDA

Hasta llegar al punto de encuentro, el tercer intento corrió exactamente igual que los otros tres, sólo que, esta vez, su mama se había tomado una valeriana la noche anterior para tratar de dormir porque se lo había aconsejado el marido de su hermana (el tío de Candela). No había funcionado. Candela sabía de antemano que aquello no le iba a solucionar nada a su mama porque su tío siempre les daba muchos consejos que nunca funcionaban, pero no dijo nada porque los mayores no le solían hacer mucho caso en estas cosas.

Cuando llegaron al punto de encuentro fue el piloto el que habló.

—Lo que voy a decir aquí es secreto secretísimo.

—Secreto, secreto —Repitió el ayudante alto levantando el dedo índice.

—Secretísimo —añadió el bajito barrigón.

“Que rabia” pensó Candela; cuando algo era muy secreto solo se lo podía contar a Laura.

—He estado estudiando el libro secreto de los vientos —continuó el piloto —y he encontrado un caso muy parecido al nuestro. Ocurrió en Francia, en el año 1792 en un pueblo muy pequeño del cual no quisieron ni escribir su nombre. Los propios hermanos Montgolfier, los inventores del globo aerostático, presenciaron este suceso.

—Ooooooh —gritaron los tres ayudantes a la vez.

—Resulta que —dijo el piloto —allí también estuvieron sin volar durante varios días porque el viento atraía las nubes después de cantar. Tuvieron que consultar a un anciano muy sabio del lugar que les dio la solución. En el libro secreto dejaron escritas textualmente las palabras del anciano

“- El problema es que los niños cantan demasiado bien. Debéis hacer lo siguiente si queréis volar: vais a repetir estas palabras:

Vientos que no nos dejáis volar

Porque os gusta nuestro cantar

Si hoy nos lleváis donde queremos

Cantaremos en cuanto aterricemos.

Pero no se os ocurra cantarle antes de volar, porque el viento lo que quiere, es que vayáis todos los días y así poder escuchar las voces de los niños”- había concluido el anciano.

—¡Todos los días! —repitió el ayudante alto.

—¡Todos! —añadió el bajito barrigón.

—¿Y consiguieron volar? —preguntó un pasajero.

—Pues no sé muy bien lo que pasó —dijo el piloto —porque alguien arrancó una hoja del libro secreto. De hecho, el libro secreto de los vientos guarda aun muchos enigmas sin resolver. No solo faltan esas hojas, faltan varias más, entre ellas la primera.

—Ooooooooh —gritaron los tres ayudantes a la vez.

Así que cuando llegaron al lugar de despegue, se juntaron todos en cuclillas, pero en lugar de cantar dijeron las palabras del sabio anciano:

—Vientos que no nos dejáis volar…

LA CATABATICA

 

Aquella mañana no sonaron truenos ni hubo lluvia. Solo una leve brisa que el piloto juzgó como óptima. Los ayudantes se pusieron manos a la obra y empezaron a hinchar el globo. Candela estaba boquiabierta viendo cómo, poco a poco, la enorme tela iba cogiendo forma. Era más grande de lo que se había imaginado. Mientras su mama le comentaba a su papa que esperaba no tener mucho vértigo al subir al globo, Candela escucho una voz.

—Candela… Candela… —era una voz de mujer. Una voz muy muy bonita.

—¿Quién habla? —Preguntó la niña.

—Soy yo, la Catabática; quiero hacer un trato contigo, Candela.

—¿Qué trato? –volvió a preguntar con infinita curiosidad.

—Yo hoy te voy a llevar a volar más allá de lo que nunca has imaginado, pero tú debes prometerme que me cantarás después con todas tus fuerzas.

—Sí, lo prometo –dijo Candela dando un salto de alegría, sin pararse a pensar que no era normal que los vientos te llamaran por tu nombre o hicieran tratos contigo.

—Entonces, tenemos trato. Antes de nada, avisarte que, todo lo que vas a ver durante tu viaje o tus viajes –añadió misteriosa —los mayores no lo entenderán. Si lo cuentas lo escribirán en el libro secreto de los vientos, pero alguien arrancará la hoja como ocurrió la última vez.

—¡Pasajeros al globo! —gritó la chica ayudante —¡Rápido, que hay que aprovechar este corriente de aire tan favorable!

Uno a uno, fueron subiendo al globo. Cuando ya estaba todos, este empezó a elevarse poco a poco. Los tres ayudantes, que se habían quedado en tierra, les saludaban moviendo los brazos extendidos a los lados

—¡Adiós!¡adiós!

—Bueno, parece que la estrategia ha funcionado- dijo el piloto orgulloso. Bienvenidos por fin al vuelo en globo. Ahora mismo estamos sobrevolando unas rocas dolomías que se formaron en el Mesozoico, hace más de 65 millones de años. Durante la época de los dinosaurios, este terreno que estamos viendo, estuvo dentro del mar en algunos periodos y fuera del mismo en otros.

Mientras hablaba el piloto, una nube envolvió el globo y Candela empezó a sentir sueño. Mucho sueño. Mucho, mucho sueño…

Mucho, mucho…

HACE MILLONES DE AÑOS

-Hola – La voz venía de cerca. Candela notaba algo duro y áspero tocando su brazo. le costaba abrir los ojos. Se encontraba medio mareada. Estaba tumbada y oía a lo lejos el ruido del mar- Hola – otra vez la voz y otra vez alguien tocándole el brazo. Esta vez la voz venía acompañada de un fuerte olor a carne podrida – Hola, ¿eres comestible?

Cuando candela abrió los ojos vio una cosa con enormes colmillos a su lado.

—Aaaaaaaah –gritó

—Aaaaaaaah –gritó la cosa de los colmillos y salió corriendo hacia el otro lado.

Candela se levantó lentamente y pudo ver donde se encontraba. La Catabática la había enviado a una playa. Hacia calor, mucho calor y la humedad era tan alta que hacía que fuera difícil respirar. Había arboles cerca, pero no eran como los que conocía Candela, eran helechos gigantes. Aquellas plantas tan curiosas debían de medir más que cualquier edificio de los que había en Cuenca. De vez en cuando se oía un grito enorme proveniente del cielo. Allí arriba, a lo lejos, extraños pájaros planeaban con gigantescas alas y enormes y alargadas cabezas. La cosa que le había hablado se acercó tímidamente a su lado y, esta vez, Candela la pudo ver con claridad. Era un bebé de dinosaurio. Concretamente un bebé de Concavenator Corcovatus. Candela lo sabía bien porque solía ir al museo paleontológico de la ciudad y le encantaban los dinosaurios. Este era muy parecido al que había visto en el Museo, sólo que estaba lleno de plumas.

—Por fin te has levantado, menos mal. Te preguntaba si eres comestible —dijo mientras se acercaba a olerla.

—¡Tú eres un dinosaurio! ¡Y los dinosaurios no hablan!

—¿Que es un dinosaurio? —respondió el bebé.

—Pues… tú. Tú eres un dinosaurio y no deberías poder hablar.

El bebe de Concavenator la miró curioso —No sé lo que es un dinosaurio, pero si no hablan seguro que yo no lo soy ¿Tú has visto muchos dinosaurios?

—Eh… Bueno realmente no. Los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años.

—¿Entonces como sabes que no hablan?

—¡Porque lo animales no hablan!

El bebé de Concavenator movió la cabeza hacia un lado —Hum, entonces tú no eres un animal, así que no serás comestible.

—Bueno —respondió Candela —sí soy un animal.

—Si acabas de decir que los animales no hablan.

—Bueno, algunos sí —Candela se tocaba el mentón intentando pensar sobre aquello.

—Pues si eres un animal, entonces sí puedes ser comestible —el bebé comenzó a dar palmas con sus pequeñas patitas delanteras. Tengo mucha hambre porque mi mama salió a cazar y me dijo que si veía algún animal pasar cerca mientras esperaba, que me lo podía comer, pero que me asegurara que no era venenoso primero. ¿Eres venenosa?

—Soy una niña, las niñas no se comen —Le respondió Candela sacándole la lengua.

—Vaya, que mala suerte, porque de veras que tengo mucha hambre y mi mama hace rato que se fue.

En ese momento se oyó un alarido seguido de unos estruendos enormes. POM, POM, POM. El bebé de Concavenator comenzó a dar pequeños saltitos.

—¡Mama está de vuelta! Si te ve conmigo seguro que te come porque no le gusta que se me acerque nadie.

Candela vio un enorme dinosaurio correr hacia ella con la boca abierta. Debía medir más de seis metros de largo y corría más que la bici de su padre.

—Aaaaaaaah —Candela comenzó a correr hacia el lado contrario —Catabática sácame de aquiiiiiiii. Catabáticaaaaaaa!!!!

Si quieres continuar la historia, aquí tienes la segunda parte; Los viajes de Candela – segunda parte

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