EL LIBRO SECRETO DE LOS VIENTOS
Todos juntos recogían la vela del globo entre bromas y risas. Ya se habían calmado los ánimos y ya nadie discutía. Candela pensó que a ella le pasaba un poco lo mismo con sus amigas de la escuela; discutían algo, se enfadaban y, al poco, se olvidaban para volver a jugar todas juntas. Definitivamente todo el mundo estaba muy feliz porque el vuelo había sido muy bonito y divertido. Los padres de Candela hasta se habían dado un beso al bajar de la cesta del globo. El equipo de tierra aun había tardado en llegar, primero porque el globo había ido muy deprisa y segundo porque se habían puesto a debatir entre ellos y se habían perdido dos veces antes de llegar a Arcas.
El piloto se había alejado de la gente y miraba con atención la foto que le había hecho a la iglesia tocándose el mentón. Candela sabía que algo estaba ocurriendo, así que se alejó también del grupo y se acercó al piloto.
—Bueno, jovencita ¿me vas a contar que es lo que ha pasado durante el vuelo? —le preguntó el piloto, en cuanto la niña estuvo a su altura.
—No sabría por dónde empezar —dijo Candela mirándose las puntas de los zapatos.
—Inténtalo —le dijo el piloto con un tono mucho más amistoso – no te preocupes por nada porque a mí me puedes contar lo que sea.
Candela se metió la mano en el bolsillo y volvió a acariciar la moneda, tratando de pensar si podía confiar o no en el piloto. Por una parte, había pasado todo el día mirándola de forma acusadora, pero, por otra, sólo él podía entender lo que había pasado.
—Creo que he estado viajando en el tiempo —dijo Candela de sopetón sin que pudiera retener las palabras que salían de su boca.
El otro se quedó mudo, la miró atentamente y supo que no mentía —Hum, ya veo, ya —dijo al fin —pues creo que aun, quedan algunas cosas por resolver que, de alguna manera, tienen que estar ligadas con tus viajes ¿Ves esta iglesia que tenemos aquí? —y señaló la iglesia que había al lado del lugar de aterrizaje.
Candela asintió
—Pues esa iglesia aparece en el libro secreto de los vientos. Mira, ven. No debería enseñarte el libro, pero me temo que a estas alturas conoces tú muchos más misterios que yo. Se acercó a la cesta del globo y saco una bolsa de tela – Acompáñame —dijo empezando a caminar —vamos a algún sitio donde no llamemos tanto la atención —y se acercaron hasta el pórtico de la iglesia. Era un pórtico románico muy bonito. Allí, el piloto sacó el libro. Las tapas eran de cuero y en letras doradas estaba escrito “Libro secreto de los vientos” —Mira Candela —dijo el piloto pasando las paginas – aquí puedes encontrar muchas respuestas a muchas preguntas sobre los vientos de todo el mundo.
Candela lo miraba con los ojos muy abiertos. A esas alturas nada le parecía especialmente sorprendente, pero conocer los secretos de todos los vientos le parecía una genialidad.
—Faltan varias hojas que han arrancado —continuó el piloto —la primera hoja, la hoja del incidente con la Catabática en el pueblo francés, la hoja del secreto del solano… ya ves, son unas cuantas —iba diciendo el piloto mientras pasaba las hojas deteniéndose, de vez en cuando, en alguna en particular —También, hay otras hojas que se han ido incluyendo, pegando después. Las primeras hojas, de la dos a la diez hablan de los diseños necesarios para hacer un globo. Son dibujos exquisitos, repletos de detalles, hechos por un verdadero profesional. En la página once el padre Bartolomé Lourenzo de Guzmán, un fraile portugués, cuenta de primera mano como hizo una prueba de vuelo delante de los reyes de Portugal. La gente cree que los inventores del globo aerostático fueron los hermanos Montgolfiere, pero casi cien años antes, el padre Bartolomé, ya había hecho una prueba de vuelo.
Candela asintió. Ella estaba perfectamente acostumbrada a que la gente pensara una cosa y luego la realidad fuera otra completamente distinta. Eso pasaba mucho con los mayores, que necesitaban comprenderlo todo y, a veces, había cosas que no necesitaban ser comprendidas.
—El caso es que el propio fraile, cuenta en la página doce cómo llegó el libro a sus manos. Cuando se lo dieron, allá por el año 1700 ya le faltaban la primera página. El hombre que se lo dio era un comerciante genovés que embarcaba cargamentos de Cacao en Brasil para venderlo en Portugal. Lo había conocido en un viaje desde San Paulo hasta Lisboa y había entablado muy buena amistad con él. Tanta que en el viaje el fraile le había confesado que un día había soñado con un artefacto gigante que podía volar. Aquel día el comerciante también le reveló un secreto que marcaría su vida. Su padre, le había revelado antes de morir, que tenía un libro, este libro Candela, que alguien había comenzado a escribir más de cien años antes. Había llegado a sus manos por medio de su padre, el cual decía haber visto volar un globo con sus propios ojos. El libro era transferido de padres a hijos con un juramento; solo se lo podrían entregar a aquella persona que les confesara que un día había soñado con volar. Ellos sólo eran los guardianes del libro hasta que encontraran la persona correcta a la que entregárselo. Sólo aquel que sea capaz de soñar en esto y que crea en la magia, merece escribir su propia página en el Libro Secreto de los Vientos.
—¿Y que tiene todo esto que ver conmigo? —preguntó Candela con sincera curiosidad.
—Este libro no pertenece a nadie, Candela. Los pilotos de globo podemos consultarlo, siempre y cuando lo pidamos antes, porque todos los pilotos de globo hemos soñado con volar en algún momento de nuestras vidas. Ahora el libro lo tengo yo porque fui a hacer una consulta a causa de tu vuelo —el piloto miró a Candela y dudó un segundo —o, quizás, el libro fue el que me llamó a mí para que yo te lo pudiera entregar a ti. Mira Candela, en la página diez hay otra página añadida posteriormente, se trata del plano una iglesia. Nadie sabe cómo llegó aquí, pero fue añadida varios años después. Mira lo que está escrito:
Solo a través del canto
el viento aquí soplará
sólo con otro canto
la moneda rodará.
—No sé a qué se refiere con la moneda, pero mira —el piloto le mostraba el dibujo que venía debajo de las letras que acababa de leer. Era una planta de una iglesia —Mira la foto que hice Candela —la planta coincidía exactamente en forma y dimensiones con las de la foto del piloto — De alguna manera todo esto está relacionado con este viaje y contigo. Después del dibujo sigue así:
Y Carmela recibirá
este mensaje guardado
solo a ella se le dará
el secreto revelado.
—Nadie hasta ahora tenía la menor idea de que podía significar esto Candela. De hecho, el libro esconde más preguntas que respuestas, pero creo que, por fin, hemos resuelto una más.
—Pero yo no me llamo Carmela —dijo la niña —me llamo Candela.
—Quizás el que escribió esto se equivocó al escribir el nombre, Candela, pero está claro que el mensaje es para ti.
—¿Y qué podemos hacer? —preguntó la niña.
—Cantar, Candela —respondió el otro —le cantarás a la Catabática dentro de la iglesia, pero antes tenemos que brindar con Champagne.
Candela se mordía las uñas, intentando tranquilizarse mientras todos brindaban con Champagne como marca la tradición siempre que se vuela en globo. El piloto, había sido muy taxativo en este sentido. De ninguna manera se podía hacer un viaje sin brindar al aterrizar. Las tradiciones de los vuelos en globo estaban para cumplirlas y ser piloto de globo tenía asociadas ciertas responsabilidades que no podían ser ignoradas. La Catabática tendría que esperar. Mientras tanto ella no podía parar de darles vueltas a todo aquello. ¿Qué podría tener que ver la iglesia con sus viajes? ¿Esa Carmela del libro de los vientos era ella? Llego a pensar si los viajes no eran todos fruto de su imaginación. No… de eso podía estar segura. No eran fruto de su imaginación porque la moneda era real. Desde que habían llegado a aquel lugar notaba un picor en el bolsillo, como si la moneda estuviera caliente. Definitivamente aquello tenía que significar algo. Lo que tampoco le entraba en la cabeza era qué podía tener que ver la moneda, esa moneda, con aquella iglesia, si es que tenía algo que ver… Cada minuto esperando se le hacía eterno.
PROMESAS CUMPLIDAS
Al fin, cuando todos habían brindado, entraron a la iglesia para cantarle a la Catabática. Tanto a los padres de Candela como al resto de pasajeros aquello le parecía excesivo, pero la niña había insistido tanto que todos fueron para allá´, aunque fuera “para darle el capricho” como había dicho con cierta maldad el hombre que no sabía diferenciar ciudades. Mientras todos se sentaban tranquilamente, ajenos a lo que allí estaba ocurriendo, a Candela le era difícil controlar la respiración. El corazón le latía a mil por hora. Todos pensaban que estaba nerviosa porque tenía que cantar. La verdad es que era frecuente que los mayores no supieran ver más allá de aquellas explicaciones simples con las que trataban de darle sentido a lo que les rodeaba.
Cuando todos se hubieron sentado, los tres ayudantes y la niña volvieron a cantar.
“Cuando los rayos de sol
iluminan nuestra hoz
invocamos la Catabática
para un vuelo mejor.
Cuenca es nuestro destino,
el Huecar es el camino.
Y al viento solo le pido,
aterrizar divertido”
La voz ronca de los ayudantes en medio de la iglesia atronaba en los oídos del resto de pasajeros que se tapaban los oídos disimuladamente. Cuando terminaron de cantar no ocurrió nada. Todo el mundo se quedó medio mudo y se generó un silencio incómodo. Realmente aquello había sido un desastre de canción.
—La niña ha cantado bien, pero los ayudantes… —dijo el hombre que pensaba que los políticos tenían la culpa de todo que, después del debate sobre Cuenca, había perdido toda su timidez.
Candela miró al piloto preguntándole. Este se puso una mano en el corazón, le señaló con la otra y abrió la boca como si cantara —Creo que debería cantar yo sola —dijo Candela de repente —sus padres se miraron el uno al otro asombrados. Nunca habían visto a su hija vencer así su timidez.
—Pues a mí, me parece genial —dijo la mujer que quería ver la Qunka árabe.
—Sí, que cante —apoyó el piloto guiñándole un ojo a Candela.
Los ayudantes se retiraron sin ofenderse demasiado porque sabían que cantaban rematadamente mal y, acto seguido, la niña se puso en medio de la iglesia. Se quedó un poco callada tratando de superar la vergüenza que le daba que todo el mundo la estuviera mirando a ella. El piloto se tocó el corazón mientras le guiñaba un ojo, la madre movía las manos como si estuviera aplaudiendo de forma sorda. El resto la miraba fijamente. Candela cerró los ojos, pensó en todo lo que había vivido aquel día y comenzó a cantar. Vaya que si cantó; cantó con toda su energía, poniendo todo su corazón en ello. Cantó cómo si su voz fuera el mayor regalo con el que podía agradecer a la Catabática aquel viaje de ensueño. Cantó como un ángel y cuanto más cantaba más notaba como la moneda se calentaba en su bolsillo. Cuando llegó al final todos comenzaron a aplaudir y Candela aprovechó para meterse la mano en el bolsillo y sacar la moneda que le quemaba los pantalones. Cuando la tocó tuvo que soltarla inmediatamente. La moneda cayó al suelo y empezó a rodar. Nadie, ni sus padres que la miraban con lágrimas en los ojos, ni la mujer que quería conocer Qunca, que la miraba con ternura, ni la tripulación que aplaudía como si no hubiera un mañana, se percató del detalle. Nadie excepto el piloto y ella que vieron como la moneda rodaba hasta entrar en una capilla que había al lateral de la iglesia.
Después de cantar el piloto le dijo a todo el mundo que tenían veinte minutos para ver la iglesia, que bien lo valía con lo bonita que era. Mientras tanto él y Candela se fueron disimuladamente a ver dónde había parado de rodar la moneda. Esta estaba en el suelo de la capilla. Ambos se miraron el uno al otro preguntándose qué hacer.
—No se Candela — dijo el piloto encogiéndose de hombros —yo esperaba que la moneda llegara a algún sitio que nos diera alguna pista, pero… no sé. Si te soy sincero esperaba que encajara en algún lugar o nos señalara algo que pudiera darnos alguna información de lo que realmente estamos haciendo aquí.
—La moneda se calentó mientras cantaba —le dijo Candela al piloto —estoy segura porque casi me quemo —añadió intentando explicar aquello de alguna manera.
—Pues ya me dirás tu que significa eso —le respondió el piloto acariciándose la barbilla—esto no tiene ningún sentido.
Mientras el otro hablaba, Candela observaba todas las paredes de la capilla intentado encontrar alguna cosa que le pudiera ayudar para resolver el enigma. Aquello no tenía nada de especial, al menos nada que Candela pudiera usar para avanzar en la resolución del enigma. El piloto, por su parte se había agachado a coger la moneda para analizarla y ver esta, por sí misma, podía darles una pista en sí misma.
—Aaaah —dijo soltando la moneda hacia arriba con fuerza —¡me he quemado! —afortunadamente nadie le oyó porque todos habían salido de la antigua Iglesia, inmersos en un acalorado debate sobre qué era lo que se debía hacer para mejorar el país.
La moneda voló por los aires golpeó una pared, cayó al suelo, dio tres botes, se puso a rodar y, después de dar dos vueltas, volvió exactamente al sitio en el que había caído la primera vez .
Los dos volvieron a mirarse muy serios y se agacharon para examinar el suelo. El suelo era de azulejos cerámicos.
—Si hay algo debe estar aquí —dijo él.
Candela asintió con la cabeza.
El piloto, que, como todos los pilotos de globo del mundo, llevaba una navaja multiuso en el cinturón, sacó su artilugio y levantó el azulejo con mucho cuidado. No fue fácil porque llevaba mucho tiempo allí colocado, casi cuatrocientos años. Mientras levantaba el azulejo Candela se guardó la moneda. Ya no quemaba. Cuando por fin levantó la pieza cerámica vieron que debajo había un hueco, un hueco estrecho. El piloto intentó meter la mano, pero no pudo porque su mano era demasiado grande. Después lo intentó Candela. Su mano entró a la primera y sus dedos comenzaron a buscar entre hasta que dieron con algo que consiguió agarrar y subir. Cuando por fin consiguió sacar lo que había en el hueco, vieron un canuto de metal oxidado que estaba sellado con un lacre. En el lacre había una M y C.
Candela pensó por un momento que el corazón le iba a salir por la boca “Mateo” pensó; “esto lo había dejado allí Mateo…” Se acordó que Mateo le había llamado Carmela justo en el momento en el que la niebla se la llevó. Todo empezaba a cuadrar.
Candela fue a abrir el lacre, pero el piloto la paró – No, Candela, ese mensaje es sólo para ti. Toma- y le tendió el Libro Secreto de los vientos – creo que te toca a ti continuar las páginas en blanco.
De camino a casa, Candela miraba por la ventanilla del todo terreno mientras escuchaba de lejos a su madre hablar. A ella le había hecho mucha gracia el detalle que habían tenido con su hija regalándole un libro, iban a hablar muy bien de ellos a todo el mundo y había sido una experiencia fantástica. Candela no abrió la boca hasta después de llegar a casa. Una vez allí guardó el libro y el canutillo de metal. Esperaría a que fuera un buen momento para leerlo.
No se lo había dicho a nadie, ni siquiera al piloto, pero ella había sido la última en salir de aquella iglesia. Se había quedado un momento sola pensando en todo lo que había pasado y había escuchado una voz de mujer dulce, muy dulce, que le decía Gracias por cantarme así Candela. No permitas que nada ni nadie te cambie.
LA CARTA DE MATEO
Al día siguiente Candela se despertó muy pronto, a la hora que sabía que se formaba la corriente Catábatica. Aun, no había nadie despierto en casa. Miró por la ventana de su habitación y vio como los árboles se movían ligeramente a lo lejos. Metió la mano debajo de la cama, sacó el canutillo de metal, le quitó el lacre con mucho cuidado para no romperlo del todo y sacó dos hojas de papel amarillentas. Estaban escritas a mano. Una era una carta de su amigo Mateo, para ella. Otra era la página que faltaba al inicio del Libro Secreto de los Vientos.
Abrió la carta y la leyó.
Querida Carmela;
He decidido dejarte este mensaje aquí, en esta iglesia porque este año de 1623 la están reformando y el capataz es amigo mío. Hoy cuento con 71 años, querida amiga, pero mi corazón poco dista del de aquel niño que conociste con 13. Todavía recuerdo el momento en el que te esfumaste dejando mi mano aun caliente. Se lo conté a mi buen amigo Antonio de las Viñas y él decidió pintarte en su cuadro, justo en el lugar en el que apareciste, agachada como estabas en la puerta del terreno del convento de los Dominicos. Si tienes tiempo no dejes de verlo, Carmela. Yo le dije que no tenía mucho sentido dibujar a alguien agachado en la puerta, pero él se rio y me dijo que la gente nunca se fija en los detalles. En cualquier caso, decidió no dejar de forma demasiado evidente que aquello que se ve en la puerta de la tapia es una niña, así que no trates de convencer a nadie de que esa eres tú porque ¡no te van a creer! Así era el bueno de Antonio, Carmela.
Antonio de las Viñas me contrató como ayudante para que le acompañara en sus viajes. Dejé a mi mamá y a mis hermanas en Cuenca, pero nunca dejé de enviarles dinero. Durante ese tiempo no solo conocí las ciudades más increíbles que te puedas imaginar, sino que aprendí a dibujar de la mano de mi buen mentor. Aquí en Cuenca nunca me ganaría la vida con mis dibujos porque no le veían el sentido a dibujar paisajes o ciudades, pero fuera de aquí fueron bastante bien valorados.
Como ya sabrás a estas alturas yo fui el que comenzó el Libro Secreto de los Vientos. Fueron muchos años de estudios de los vientos, aquí y allá y grandes intentos por volar. Al final lo conseguimos. Conseguí volar un globo en un pueblo italiano del cual no recuerdo ahora el nombre. Allí volé con un joven amigo genovés al que confié el libro no sin antes arrancarle la primera página. Decidía hacerlo porque creo que hay secretos que es mejor que no caigan en malos manos. Durante mi vida he visto muchas cosas terribles y sé de lo que es capaz la humanidad cuando no tiene buenas intenciones.
No voy a contarte nada más porque ya te iré contando cosas en persona, cuando nos volvamos a ver. Ahora sólo me queda pensar cómo puedo hacer llegar un esquema de esta iglesia con un mensaje en código para ti, para que alguien lo pegue al libro secreto de los vientos.
Tengo un amigo que viaja mucho y que seguro que encontrará la manera. No me preocupa mucho; si algo me ha enseñado la vida es que si crees en la magia todo es más fácil de lo que pueda parecer.
Firmado
Mateo de Noguerol
A Candela le temblaba la mano después de leer aquello. Así que volverían a verse… lo había dicho Mateo con total seguridad. Tuvo que contar hasta diez, respirar profundo y beber sorbitos de agua para no chillar y despertar a sus papás. Acto seguido abrió el otro documento y se puso a leer.
EL LIBRO SECRETO DE LOS VIENTOS
HOJA 1
Año de 1570 de nuestro señor Jesucristo, Salamanca.
Hace hoy 5 años que el que escribe, Mateo de Noguerol, se encontró por primera vez con Carmela en la ciudad de Cuenca. En aquel momento Antón Van Wingaerde, el que ahora es mi mentor, se encontraba haciendo un retrato de la ciudad Castellana al igual que hoy nos encontramos haciendo otro similar de la ciudad de Salamanca.
La niña viajó desde el futuro hasta nuestro tiempo llevada por uno de los 8 vientos locales mágicos; la Catabática. Además de estos 8 vientos locales existen otros cuatro principales, cada uno asociado a un punto cardinal distinto; N, S, E y W. Son muchos los nombres que se les ha dado a lo largo y ancho del planeta, pero el viento siempre es el mismo. Estos cuatro también son mágicos y, a la vez que los otros, tienen la capacidad de estar en varios lugares a la vez en varios momentos distintos. El conocimiento en profundidad de estos vientos permite al que posea dicho saber la posibilidad de viajar en el tiempo y la posibilidad de sustentarse en el aire como un pájaro.
Este libro no puede ser escrito por una sola persona porque hacen falta muchas vidas para adquirir todo el conocimiento necesario para llegar a tener esta sabiduría mencionada. Por eso es obligación de todos aquellos que escriban una parte salvaguardar el libro con su vida y hacérselo llegar a otra persona que continúe el trabajo.
Son tres los requisitos fundamentales para escribir en el libro:
- Soñar despierto y saber leer los sueños.
- Fijarse en los pequeños detalles.
(…)
Candela pensó que aquel día se lo iba a pasar en casa leyendo. Tenía mucho por leer. Mucho por aprender. Mucho por vivir.
Mucho por soñar…
Si quieres ver las partes anteriores las tienes aquí;
Los viajes de Candela – primera parte
Los viajes de Candela – segunda parte
Los viajes de Candela – tercera parte
Los viajes de Candela – cuarta parte
¡Vuela con nosotros!
Quieres sobrevolar Cuenca Ciudad Patrimonio de la Humanidad, o impresionantes localizaciones dentro de la Provincia, como el Parque arqueológico de Segóbriga, el Castillo de Belmonte o el Monasterio de Uclés entre otros...
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