ZOBEL
—Pues una de dos —dijo el hombre que no diferenciaba ciudades —o el caballo es muy pequeño o han hecho muy grande a Alfonso VIII —y luego rio pensando que era muy ingenioso.
Candela miraba la estatua y pensaba que lo que ahí fallaba no era el tamaño, pues Alfonso VIII era muy grande realmente y podría haber cogido un caballo más pequeño. Lo que no tenía nada que ver con la realidad es que, en el momento de la conquista, el joven rey, más que una barba poblada, tenía algo de pelusilla en la cara. El globo continuaba su camino y el piloto iba explicando algo del seminario por aquí y algo de la torre de Mangana por allá. Según decía, la torre, que no era otra cosa que un reloj, había tenido que ser reconstruida varias veces y su origen inicial se remontaba allá por el siglo XVI. A Candela le encantaba pasear por allí con su mama, los domingos. Ella tenía la teoría de que los domingos por la tarde hay que dedicarlos a pasear y a soñar y siempre la llevaba a algún rincón distinto de la ciudad. Entre las dos imaginaban e inventaban historias imposibles pasadas o futuras. Esos paseos eran algo muy especial. En cualquier caso, ahora mismo, algo le quemaba en la punta de la lengua y, una vez más, la curiosidad superó a la vergüenza.
—¿Alguna vez hubo un lago en Cuenca? —preguntó interrumpiendo la explicación del piloto.
—¿En Cuenca? ¿Dónde? —Preguntó el piloto.
—No sé —dijo Candela —¿al pie de las murallas quizás?
—Allí no hay un lago, Candela, allí está el río Huecar —dijo su padre riendo.
El piloto la miró muy, muy serio, como tratando de leer lo que Candela pensaba por dentro. Ella disimuló y miró hacia otro lado.
—¿Y por qué preguntas eso niña? —le dijo mirándola fijamente.
Candela seguía disimulando, como si la cosa no fuera con ella -Candela, hija, que te está hablando el piloto, no seas maleducada —le regañó su mama.
Se encogió de hombros, miro al piloto y dijo —No, sé —y luego sin que nadie le viera le sacó la lengua.
El piloto la miro entrecerrando muchos los ojos, por unos segundos que a Candela le parecieron eternos. Al fin respondió.
—Pues sí, curiosamente allí donde dices, hubo un lago artificial durante un tiempo. Los árabes, para proteger la ciudad, embalsaban el agua del río Huecar y todo aquello —dijo señalando los alrededores del puente de la Trinidad – se llenaba de agua. Qué curioso que hayas acertado el lugar donde hace más de 800 años había un lago artificial… niña —le dijo arqueando deliberadamente una ceja.
A nadie pareció sorprenderle que una niña adivinará una cosa así porque todos estaban asomados viendo el paisaje y la verdad es que la gente mayor no suele darle mucha importancia a lo que dice una niña. Sólo el piloto sabía perfectamente que algo ocurría en aquel globo, pero, como ya hemos dicho, era porque para ser piloto de globo hay que creer en la magia.
El piloto miró a Candela enarcando las cejas y continuó hablando a todo el mundo —El río que estamos sobrevolando es el río Júcar, tiene un color verde muy característico —mientras decía eso los pasajeros se asomaban y hacían fotos del reflejo del globo en el río. La ciudad antigua ya quedaba atrás – Eso que vemos al frente ya son los campos que, más adelante, se abrirán del todo para dar lugar a La Mancha, la Tierra de Don Quijote —Esos edificios de allí son los institutos de enseñanza media de Cuenca. Uno de ellos, aquel de allí —dijo señalando un gran edificio con un tejado a dos aguas – es el instituto Fernando Zóbel. Don Fernando era un pintor de arte abstracto que llegó a Cuenca a mediados de los años sesenta y revolucionó la ciudad. En las casas colgadas hay un museo de arte que tiene su nombre.
-Muy bonito, merece mucho la pena —apuntó la mujer a la que le gustaba la Cuenca árabe.
-Ja, el arte moderno es un timo —dijo el hombre que no diferenciaba ciudades – si le doy a mi hijo de tres años un trozo de papel seguro que dibuja cosas más bonitas que esos artistas – añadió con tono de burla.
El piloto suspiro, se encogió de hombros y continuó —Un poco más adelante…
Candela ya no podía oír nada porque estaba envuelta en su nube. La Catabática la iba a llevar lejos… muy lejos.
1965
Esta vez apareció en medio de la calle de San Pedro. La reconoció inmediatamente porque solía ir paseando muchas veces por allí con su mama. La calle era la misma, sólo que estaba muy descuidada y mucho más deteriorada. La cal de los edificios estaba descascarillada, el suelo tenía varios agujeros en muchas partes y todo parecía un poco desangelado. Había gente caminando por la calle que parecía bastante pobre. Todas las personas que veía iban vestidas de forma humilde, de negro y tenían la cara llena de esas arrugas que se forman cuando pasas mucho tiempo al sol. A lo lejos se veía un hombre subir desde la catedral con un burro cargado de leña. Al lado de Candela había un hombre sentado en una silla que dibujaba algo en un cuaderno. Él no vestía de negro. Llevaba una camisa azul clara y unos pantalones beis que a Candela le pareció que llevaba muy subidos. En el alfeizar de la ventana que tenía detrás había dejado una copa con una bebida oscura. Llevaba unas gafas de pasta negras y sobre su cabello moreno, con grandes entradas, ya aparecía alguna cana.
—¿Te importaría moverte un poco a la derecha que estás en medio? —le dijo a Candela.
Candela se echó a un lado y el hombre comenzó a dibujar —¿Qué hace? —le preguntó.
-Dibujo esa puerta —respondió este sin mirarla —es la puerta más bonita del mundo.
Candela se quedó mirando la puerta preguntándose si realmente esa era la puerta más bonita del mundo. Era una puerta de madera antigua, de cuarterones, pintada de cal rosa y algo deteriorada por el tiempo. En la parte de abajo alguien le había clavado algunas placas de hojalata de distintos colores. Ella albergaba serias dudas sobre la afirmación de aquel hombre, pero se encogió de hombres —Me llamo Candela.
—Yo Fernando —dijo el hombre con una ligera sonrisa concentrado en su dibujo.
—Sí, ya lo sé —le respondió Candela —usted es Fernando Zóbel, el que fundó el Museo de Arte Abstracto de Cuenca —añadió recordando lo que le había dicho el piloto.
El hombre dejó de dibujar y miró fijamente a Candela por encima de sus gafas de pasta – Sí, así es, soy Fernando Zóbel —dudó un momento y continuó —pero aún no he fundado el museo de arte abstracto de Cuenca. O sea, espero hacerlo pronto, sí, pero no lo he hecho aun… —Después se quedó pensativo por un segundo, encogió los hombros y siguió dibujando.
Candela se acercó por detrás del hombre a ver el dibujo. Era un dibujo sencillo, a lápiz – Ese dibujo no es abstracto – dijo.
El hombre rio —No, no lo es, niña; parece que tenemos aquí a una entendida en arte.
—Pero usted es un pintor de arte abstracto.
El hombre volvió a reír —Bueno, no sé si me consideraría exactamente eso. No soy amigo de las etiquetas ¿Sabes? Supongo que me dedico a buscar el orden nada más; el orden es la razón de la belleza.
Candela lo miró sin entender muy bien lo que quería decir. Decidió que estaba a gusto con aquel señor peculiar.
—¿Puedo ver que más cosas ha pintado? —le dijo.
—Claro que sí —respondió el hombre acercándole el cuaderno —no todos los días se interesa alguien aquí por mi obra – dijo mientras se levantaba. Estiró la espalda poniendo los brazos hacia atrás y cogió la copa que había dejado en el alfeizar de la ventana para darle un buen trago.
Mientras Candela pasaba las hojas del cuaderno mirando los dibujos y anotaciones del pintor, la puerta que estaba pintando este hacia un segundo se abrió y apareció un hombre algo más entrado en carnes que el primero que llevaba un mono de trabajo azul encima de un jersey rojo y un cubo de metal en una mano.
—Otra vez tenemos que ir a por agua, Fernando ¿será posible? ¿Nunca van a arreglar esto? —dijo poniéndose una mano en la cara. A Candela le recordaba el gesto que hacía su padre siempre que ella suspendía matemáticas; “¿Otra vez te han vuelto a catear las mates, Candela?”
—Gustavo siempre piensa en arreglarlo todo —le dijo Fernando a Candela —yo creo que es porque es ingeniero y los ingenieros no pueden dejar de arreglar cosas.
El otro hombre miró a Candela y le preguntó a Fernando —¿y esta niña? ¿de dónde ha salido? ¿Por qué va vestida así?
—No sé —respondió Zóbel sin darle mayor importancia —ha aparecido de repente, de la nada – y lo dijo como si fuera normal que en cualquier momento apareciera una niña a tu lado. Candela se acordó de lo que le había dicho el pintor Antonio de las Viñas sobre los artistas. Para ellos la magia era algo normal y corriente.
En ese momento todos se apartaron para que pasara el hombre con el burro que subía cargado hacia arriba. Gustavo aprovechó la situación —Oiga buen hombre ¿va a volver usted luego a bajar por aquí?
El hombre que vestía de riguroso negro y debía tener cerca de sesenta años por las arrugas que tenía en la cara, llevaba una boina calada hasta las orejas y un cigarrillo en la boca. Miró a Gustavo y le respondió encogiendo los hombros —Ea.
Este le dio tendió el cubo —¿me podría llenar el cubo en la fuente de San Pedro y traérmelo lleno a la que baje? —preguntó enseñando los dientes tímidamente con una sonrisa de circunstancias —es que aquí el Ayuntamiento no manda agua ¿sabe usted?
El hombre cogió el cubo sin decir nada y siguió su camino.
—Los conquenses siempre se quejan mucho de su ciudad —le dijo Fernando a Candela y luego dirigiéndose a Gustavo añadió —anda Gustavo, no te quejes que tienes la suerte de vivir en la tierra que te vio nacer.
—Eso es relativo —dijo el otro —un hombre nunca…
—…nunca se baña dos veces en el mismo río porque ni es el mismo río ni es el mismo hombre — le cortó Zóbel riendo – mira que te gusta leer a Heráclito, amigo mío, anda dale un trago a este resoli que es canela fina ¿Cómo va tu proyecto?
—No va mal, había pensado hacer algo así como con cubos, un cubo gigante sujetado por unos tirantes de metal.
—A Gustavo le encantan los cubos —dijo Zóbel dirigiéndose a Candela —sueña con cubos todas las noches.
—Mira —dijo Gustavo tendiéndole a su colega un papel que sacó de uno de los bolsillos de su mono —¿Qué te parece el boceto?
—Hum, muy interesante Gustavo —le respondió el otro mirando el dibujo – ¿por qué no le pides opinión a Candela? Ella es especialista en arte abstracto —añadió tendiéndole el papel a la niña.
Ella lo miró un momento —anda, eso es el monumento a la Constitución —dijo sorprendida.
Los dos hombres se miraron un segundo y se echaron a reír —Me temo, mi pequeña crítica, que esto poco tiene que ver con la Constitución; ¡esto es el monumento a la madera! Lo voy a colgar con unas vigas de madera cortadas a hachazos, como antiguamente —dijo Gustavo. Candela también se rio sin entender muy bien por qué. Le caían muy bien aquellos dos artistas. —¿De dónde has salido niña? Venga, vámonos a buscar a Gerardo, que ya es hora de comer y me apetece un pollo al ajillo en Casa Pepe. ¿Te vienes a comer con nosotros niña?
Candela asintió con una sonrisa —pero ¿y el cubo con el agua? —preguntó.
Gustavo se encogió de hombros —Es solo un cubo —y los tres empezaron a bajar por la calle de San Pedro. Le tendió la mano —¿Sabes? Aquí, al amigo Fernando, le han ofrecido una cátedra en una universidad en Estados Unidos, pero dice que de Cuenca no se mueve.
—Esta ciudad es mágica —replicó el otro —lástima que los conquenses no lo sepan —y le volvió a guiñar el ojo a Candela.
—Lo que no saben los conquenses es hacernos llegar agua al estudio, Fernando ¡Eso es lo que no saben! —y rio a carcajadas mientras el resto de personas que pasaba a su lado se le quedaba mirando como si estuviera loco.
—Cuanto te quejarás, Gustavo, cuanto te quejarás. Fíjate en Candela; ella cree que algún día tendremos una Constitución digna de hacerle una escultura. Eso sí que es optimismo…
Las risas se fueron ahogando poco a poco mientras a Candela se la llevaban los vientos… feliz…
Si quieres ver las partes anteriores las tienes aquí;
Los viajes de Candela – primera parte
Los viajes de Candela – segunda parte
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