El otro día paseábamos Marisa y yo por el barrio de San Martin y comenzó a ladrarnos una perra blanca, de estas pequeñetas, sin raza aparente. Sus dueñas, ya entradas en los setentas, nos explicaron que había sido maltratada y que todavía no estaba calmada. Me sorprendió la seguridad con la que afirmaban que se calmaría con el tiempo; era como si tuvieran la certeza de que el tiempo pone las cosas en su lugar y que el de aquella perra era un lugar tranquilo y calmado, a imagen y semejanza del suyo.
Nos quedamos a hablar con las señoras un buen rato. Ellas vivían en el barrio de San Martin de toda la vida. Todos los que han vivido allí (yo aun no he tenido ese privilegio) cuentan que es una vida dura, de muchos pisos hacia arriba y muchos hacia abajo. Sin ascensores ni moderneces porque muchos de los edificios no tienen ni espacio para ponerlos. Para aquellos que sean de fuera y aun no conocen Cuenca (craso error ya os lo adelanto yo) decirles que el barrio de San Martin fue durante muchas decenas de años el barrio que tuvo los edificios más altos de toda Europa; son una suerte de rascacielos, pero invertidos. A un lado de la montaña tienen solo dos o tres pisos pero al otro bajan trepando por los farallones verticales de roca y llegan a contar con hasta 12 pisos. Es algo digno de ver, una visita obligada para aquellos viajeros que alimentan su espíritu de experiencias.
Os decía que nos quedamos a hablar de todo un poco, ya sabeis, pero la conversación derivó en torno a las obras que se están realizando en la antigua cárcel, la que fuera la casa del regidor. De alguna manera sentí que una de las mujeres tenía la necesidad de hablarnos de ello, de expresanos lo que le estaba pasando. Ella nos contaba que había visto las paredes desnudas con los grilletes de hierro aun puestos en recuerdo de los reos. Que cuando pasaba por allí sentía un frío que era inexplicable; que sí, que en el barrio de San Martin hace mucho frío sí, pero que aquello era de más. Y luego nos hablaba del olors. No sabía describirlo la buena mujer porque los tiempos en los que había vivido le habían puesto más trabajo sobre los hombros que libros. O quizás porque era algo indescriptible. Lo que sí que se expresaba con absoluta claridad era su mirada. Con ella contaba lo que no sabía explicarnos con palabras; que allí pasaba algo, que aquello no era normal, que había mucha tela que cortar en aquel edificio. Tambien nos contaban que sus vecinos en una iglesia muy cercana habían encontrado una mujer emparedada con un niño en brazos. “Vaya usted a saber que más queda por descubrir”
Y es que Cuenca es mágica. Yo ya lo he notado. Sus calles estrechas separan edificios antiguos que cuentan historias. No las cuentan con palabras; las cuentan con sensaciones, como la mirada de aquella mujer. Hablan de aquellos conquenses que se dejaron la vida construyendo aquella ciudad vertical con casas imposibles que desafían la gravedad a base de ingenio y vigas de madera. Hablan de cuando se fundó y como coexistían tres religiones entre sus muros, no siempre bien avenidas, pero con una ciudad en común. Nos cuentan historias del esplendor del siglo XVI, cuando llegaba el oro de las indias a las arcas del estado y se hacían mega construcciones como el puente de San Pablo. O historias de como Cuenca dejó de ser lo que fue, en el siglo XVII y entró en una crisis de la que apenas ya levanta cabeza. Historias de condenados por la inquisición, de duelos en las medianías de sus murallas, de héroes olvidados que lo dieron todo por sus vecinos y de villanos que se enriquecieron a costa de los más débiles. ¿Os suena verdad?

Son microhistorias olvidadas de gente que sintió la vida tal cual la sentimos nosotros. Micro historias de amor, de dolor, de perdida, de aquellos que se dejaron la vida entre sus muros pero también de los artesanos que vinieron a la ciudad en el siglo XVI a ayudar a construir los edificios que ahora conocemos. De aquellos que salieron para alistarse en los Tercios en el siglo XVII porque querían honor y gloria. O simplemente de aquellos que vinieron a visitarnos y
dejaron escritas unas letras, hicieron una escultura o tuvieron una historia de amor que ha hecho que usted o yo estemos aquí, en este mundo, hablando de ello. Y todas esas historias, todos esos momentos, no quedaron escritos en ninguna parte. Te las cuentan los antiguos edificios de la ciudad si sabes escucharlos, las plazas, pequeñas como no podía ser de otra manera, o incluso las rocas de las hoces. Esas también hablan cuando sales a pasear, pero aquellas tienen una memoria aun mayor… de cuando el hombre ni siquiera había llegado hasta aquí.
Muchas veces cuando volamos y pasamos por las cárceles secretas de la Inquisición me da por pensar que pensarían aquellos presos que pasaron años aislados tratando de clamar su inocencia escribiendo en los muros de la prisión los que sabían escribir y con oraciones infinitas aquellos que nada más podían aportar… Me da por pensar que pensarían si hubieran visto nuestro globo, allí con el quemador, en medio de la hoz, meciéndose tranquilamente…
Aquellos presos, aquellos que se fueron, los que vinieron de fuera y se quedaron más o menos tiempo, las mujeres del otro día y nosotros con nuestro globo forjamos la historia de una ciudad. Una ciudad mágica.
Nosotros tenemos la suerte de conocer de primera mano muchas de estas microhistorias, conectadas todas entre sí por calles estrechas y edificios antiguos; ya sea ciudad de nacimiento, adoptiva o de visita. Muchas personas nos cuentan sus historias y sus momentos y nosotros creemos que merece la pena compartirlos así que a partir de ahora vamos a abrir una sección en nuestro blog a la que vamos a llamar “Microhistorias”. Se trata de vuestras historias, las nuestras, las de nuestros antepasados, las que construyeron esta ciudad y nos susurran al oído si sabemos escucharlas.
¡Vuela con nosotros!
Quieres sobrevolar Cuenca Ciudad Patrimonio de la Humanidad, o impresionantes localizaciones dentro de la Provincia, como el Parque arqueológico de Segóbriga, el Castillo de Belmonte o el Monasterio de Uclés entre otros...
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