Una idea me ronda la cabeza estos últimos días. Me asalto hace varios días. Después de un paseo en globo al que vino David. Después de volar siempre desayunamos y compartimos un tiempo entre todos. Es un buen momento para charlar.

No hay peor censor que uno mismo. No hay nadie más cruel, más despiadado que tú contra ti. Los muros que uno se impone a sí mismo son atroces. Los peores son aquellos invisibles. Las cárceles que te impiden ver lo que te rodea. Que te impiden percibir el mundo tal y como es, que lo deforman para ajustarlo a aquello que quieres entender. Y es que nuestro cerebro no busca la verdad, sólo tiende a sobrevivir.

Esto que veis en la imagen es el Puente de San Pablo. Cuando se construyó era todo de piedra. Un buen día del siglo XVI el canónigo Pozo decidió unir el núcleo de la ciudad con el convento de los dominicos. La leyenda cuenta que era para facilitar que los religiosos pudieran cumplir con sus obligaciones eclesiásticas y no inventaran excusas para evitarlas. Sin el puente, ir hasta la catedral de Cuenca suponía un camino de bajada y subida que exigía una buena forma física a aquel que lo realizara. Parece ser que los dominicos no estaban en la mejor forma posible. Al menos no todos. El caso es que el bueno de Pozo tuvo una visión. Decidió hacer la mayor obra de ingeniería vista hasta ese momento en Cuenca, una de las mayores de la época en toda España. Seguramente el pueblo le criticara por ello. “El canónigo se ha vuelto loco”. Seguramente nadie tuviera la valentía de decirle a la cara lo que pensaba. Corrían tiempos difíciles para la libertad de expresión. Sea como fuere él se acabaría enterando de todo porque ciertamente debía tener oídos en todas partes.

Cuando volví a Cuenca después de veinticinco años viviendo fuera, trece de los cuales los pasé en el extranjero, quedé un día a cenar con antiguos amigos del colegio. Si alguno de vosotros ha pasado mucho tiempo en el extranjero y luego ha retornado, sobre todo a sitios tan pequeños como Cuenca, seguro que conoce lo duro que es este proceso. Existe un nombre para definir el síndrome que sufrimos los retornados; no lo recuerdo. En aquella cena les conté a mis amigos, muchos de los cuales eran perfectos desconocidos para mí, que tenía pensado traer un globo a Cuenca. “Eso no va a funcionar. Esto es Cuenca”.

Vuelve la censura a mi cabeza. Vuelve otra vez. En los lugares pequeños somos así. En los grandes también, pero se nota menos. Cuantas veces escuché esa frase para justificar que algo no se podía hacer o que algo tenía que hacerse de una forma mal planteada. “Hay que mejorar las condiciones de vida de esta gente” “Eso aquí no se va a hacer, esto es Angola”. “Tenemos que conseguir hacer esto en el plazo que nos hemos marcado” “Aquí los plazos son relativos, esto es Bolivia”. Una y otra vez escuchaba lo mismo. Llegué incluso a pensar que mi valor añadido en aquellos países era simplemente no haber nacido allí. No haber interiorizado aquel mantra nefasto. Ahora, más que nunca, creo que es completamente cierto.

Vuelvo a aquel desayuno con David. Perdonar que os desordene esta entrada de blog. A veces es complicado ordenar lo que uno piensa. Sobre todo, cuando toca lo personal. A David le comentaba algo recurrente para todos los que formamos parte de este proyecto. Este vuelo en globo por Cuenca es uno de los mejores del mundo. Sí, del mundo. Nos encantaría poder mostrarlo al exterior. Nos encantaría. David, un tipo afable que siempre tiene una sonrisa por respuesta me dijo “Apuesta por Cuenca”. Su cara sonreía, su mensaje no. Apuesta por Cuenca…

Hoy en día el icono de la ciudad de Cuenca son nuestras famosas Casas Colgadas. Nada valdrían sin ese puente extraordinario que las acompaña. Nada. Posiblemente Felipe II no se hubiera fijado nunca en nuestra ciudad o quizás Zobel no hubiera traído su proyecto de arte abstracto a Cuenca. Quien sabe. Lo que sí sabemos es que el puente de San Pablo es el fruto de un deseo. Es la materialización de una idea de alguien que se negó a escuchar. Alguien que se negó a censurarse a si mismo. Alguien que encontró la llave de su cárcel invisible y se atrevió a abrirla. Supongo que la historia está repleta de personas como esta que lo cambian todo de forma modesta…

Apuesta por Cuenca, decía David. Esa idea vuelve una y otra vez a mi cabeza. Apuesta por Cuenca. No, no somos el canónigo Pozo. Ninguno de nosotros lo es… La idea da vueltas incansables en mi cabeza y poco a poco la trato de encerrar. Trato de formar una cárcel invisible que me proteja de ella, que me permita vivir tranquilo: no tenemos los medios, no tenemos el conocimiento, no tenemos la fuerza, hace falta mucho más que la fuerza de voluntad de cuatro locos…

Y es que no hay mayor censor que uno mismo. Tu lo sabes. Yo lo sé. Cuantas veces te has buscado miles de excusas para no hacer lo que querías. ¿Cuantas? EL otro día en medio de la ducha me sorprendo hablando solo. Me suele pasar. Al principio pensé que me estaba volviendo loco, ahora me da igual. “Apuesta por Cuenca”. Lo digo alto. Fuerte. Y por primera vez lo entiendo. No se trata de que cambiemos Cuenca. No. No somos el canónigo Pozo. Se trata de permitir que Cuenca nos cambie a nosotros. Se trata de apostar por algo que puede ganar. Se trata de creer, de tener FE. Al fin y al cabo, eso es una apuesta ¿no? Un acto de FE.

Todos estos pensamientos me desbordan un domingo por la tarde. Para mí, los domingos suponen un respiro. Trato de abrir todas las cárceles mentales que me aprisionan y dejo que mis pensamientos fluyan de forma libre. Sin prejuicios. Los domingos me permito pensar que todo es mentira. Que todo vale. Que puedo volar. Ya llegará el lunes a poner las cosas en su sitio.

Hoy es jueves. El lunes llamé a David.

#apuestaporcuenca

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