ANTONIO DE LAS VIÑAS
—Por los árabes… —dijo pensativa una pasajera que no era de Cuenca y no conocía la historia de la ciudad —me encantaría haber visto la ciudad en aquel tiempo –
—Pues no debía de ser muy distinta —dijo otro pasajero.
—Sí que lo era —respondió Candela arrepintiéndose antes de terminar de hablar. Ya estaba en el globo nuevamente y sabía perfectamente de qué hablaba. No podía decir que aquella ciudad, que acababa de conocer, fuera más o menos bonita que la actual, pero sí que era diferente. Muy diferente. El piloto volvió a mirarla otra vez, esta vez sin intentar disimularlo. Candela le sacó la lengua y se tocó la muñeca. La tenía aun dolorida después de que la agarrara la mama de Zaida. La miró y vio que estaba rojiza.
—¿Ah sí, Candela? ¿era muy diferente? Mira que tienes tú imaginación dijo tocándole el pelo cariñosamente su papa.
Candela sabía que los mayores no creían en la magia y que no había nada que hacer al respecto así que no iba a perder su tiempo tratando de explicar lo que le había ocurrido. Prefirió cambiar de tema directamente.
—Papa, ¿por qué no creemos en Dios?
El piloto tosió divertido y todo el pasaje calló para escuchar la respuesta de su padre.
—Esto, pues, no sé, Candela, porque supongo que no creemos, aunque tampoco dejamos de creer ¿no? —trataba de responder mientras miraba a la madre en busca de ayuda. Esta última lo miraba también con atención disfrutando la respuesta —¡Mirad allí! —dijo el padre cambiando de tema —eso es el puente de San Pablo.
—Exactamente —dijo el piloto. Aquello que ven ustedes es el puente de San Pablo. Hoy en día es de hierro y piedra, pero cuando se construyó originalmente, en el siglo XVI, era totalmente de piedra.
—Oooooooh —suspiró la mujer que quería conocer la Qunca árabe.
Una vez más apareció una nube y, de nuevo, Candela cerró los ojos. Ojalá que esta vez tenga más suerte, pensó.
1565
CLANK, CLANK, CLANK. Cuando candela abrió los ojos vio a un montón de hombres trabajando en la construcción de una enorme estructura de piedra. Cuatro pilares de piedra gigantes se elevaban desde una profunda depresión. Los pilares estaban unidos por estructuras de madera. Algunos de los trabajadores cargaban las piedras con burros, otros las descargaban y las encajaban. Al fondo veía a unos carpinteros trabajar sobre un arco de madera.
Ahora no tenía dudas de donde estaba. De hecho, las vistas le parecieron muy parecidas a las que ella conocía solo que había pequeñas diferencias. Estaba mirando el puente de San Pablo desde el parador, que originalmente era un antiguo convento. De hecho, cuando se despertó estaba de rodillas debajo de la puerta de una tapia de piedra que delimitaba los terrenos de aquel convento. De todo lo que vio, al alzar la vista, las casas colgadas le llamaron mucho la atención. Eran mucho más humildes que las que Candela conocía, pero había una fila con varias casas colgadas más; eran tres en lugar de una. “Esto se lo tengo que contar a Laura” pensó “va a alucinar” Por lo demás, había pequeñas diferencias que quizás no supiera precisar con exactitud, pero que tampoco marcaban una gran diferencia sobre lo que ella conocía.
La gente que estaba trabajando vestía de forma humilde, con pantalones de tela gruesa, camisas blancas en su mayoría y chalecos de cuero. Uno de ellos repartía órdenes con voz fuerte. Tenía un marcado acento vasco. Candela conocía muy bien ese acento porque había ido más de una vez a veranear al País Vasco con sus padres. Hacía algo de frío, Candela pensó que debía haber ido a parar a alguna estación del año más fresca. Desde un mirador que había en el convento, los observaba un gran grupo de personas que comentaban entre sí. Había unos señores, mayormente gordos, que llevaban un hábito negro y blanco y algunos señores que vestían completamente de negro, con sombrero y capa, como si estuvieran en un entierro. Candela, que tenía muy buena vista, se fijó que estos últimos cargaban finas espadas al cinto con empuñaduras ricamente decoradas. Rodeándolos había unos cuantos criados que no hacían más que servirles vino, agua e incluso algo de comer.
¡BROOOOOM! Candela escuchó un ruido horroroso a su espalda y se giró. Al fondo, entre los cortados típicos de piedra que tan bien conocía, se veía una nube de polvo y una gran piedra al pie de los mismos que parecía que acabara de caer.
—Esa es la cantera del puente —dijo una voz a su espalda —mi padre trabajaba allí hasta que se lo llevaron las fiebres —Candela se dio la vuelta y vio a un niño algo mayor que ella, que debía tener unos doce o trece años. Era moreno, algo más alto que ella y tenía una sonrisa encantadora —Toma —dijo envolviéndola en una capa de pana marrón – tápate, antes de que alguien se pregunté de donde has aparecido y cómo has llegado hasta aquí. No querrás enfrentarte a la inquisición ¿verdad?
Candela negó con la cabeza sin saber muy bien qué significaba aquello exactamente. Lo único que sabía era que aquel día no quería enfrentarse a nadie más bajo ningún concepto. Ya tenía bastante con un dinosaurio, un conde gritón y una madre y una hija que no le dejaban creer en lo que ella quisiera. O no creer, mejor dicho.
—Me llamo Mateo —dijo el niño sin perder su sonrisa —Siempre que puedo vengo a ver a Don Antonio de las Viñas —dijo señalando hacia lo alto. Un poco más arriba, más o menos donde estaba actualmente la piscina del parador, había una estructura de madera en la que trabajaban varias personas. En medio de la estructura había un señor bajito y regordete cubierto con una capa de lana marrón y un sombrero del mismo color que miraba el paisaje que tenía delante al tiempo que extendía su brazo con un dedo levantado, como si intentara comparar el tamaño de las casas con el tamaño de su propio dedo —Es un pintor flamenco muy famoso. El propio rey Felipe el segundo, después de visitar Cuenca el año pasado le mandó venir para hacer un par de pinturas de la ciudad —añadió Mateo —y somos muy amigos. Le gusta que venga y le cuente mis sueños ¿Sabes? Hace poco soñé que el puente en lugar de estar hecho con piedra, estaba hecho de rejas, como las rejas de las capillas de la catedral ¿sabes? Mi madre dice que esta imaginación mía me va a crear serios problemas, pero Don Antonio dice que no debo dejar de soñar nunca. Que sólo las personas que consiguen soñar siempre son las que consiguen cambiar el mundo. Yo no quiero cambiar el mundo, la verdad, pero me encanta hablar con el pintor.
Mateo tenía cara de ser buen chico, pensó Candela. Le gustaba escucharle —¿Y que más cosas has soñado? —le preguntó interesada.
—Bah —dijo Mateo —Tengo sueños muy raros. El más raro que he tenido nunca… —dudo un momento, observo a la niña que le sonreía abiertamente y decidió que podía confiar en ella —el más raro fue una vez que soñé que había una especie de dragón amarillo redondo recorriendo el cielo de la ciudad y llevaba gente dentro.
—Un globo —dijo Candela.
—¿Qué? —preguntó Mateo —¿Sabes de qué te hablo?
—Quiero ir a conocer a Don Antonio ¿Vamos? —dijo Candela temiendo que si continuaba por ese camino iba a tener que dar unas explicaciones muy complicadas. En cualquier caso, que un niño de aquella época hubiera soñado con el globo aerostático, sí que le sorprendió. Aquello debía significar algo.
—Vamos, sígueme —dijo Mateo poniéndose a caminar —y trata de tapar tus ropas lo máximo posible porque los padres dominicos no son muy amigos de las cosas que no pueden explicar – añadió mirando a los hombres que vestían de blanco y negro —créeme que no te gustaría tener que darles explicaciones.
—Vamos —respondió Candela siguiendo al niño a través de un sendero que llevaba a la estructura de madera. A lo lejos la nube de polvo ya había desaparecido y los trabajadores de la cantera ya estaban encima de la roca tratando de cortarla en pedazos más manejables.
Cuando llegaron a la estructura se encontraron con un nutrido grupo de personas. Había una mesa enorme llena manchones de tinta y un par de vasos de madera repletos de vino. En medio de la mesa había un dibujo bastante preciso del paisaje que tenían en frente. Por todas partes había instrumentos que Candela no tenía la más remota idea ni que eran ni para que podían servir. Delante de la mesa había una especie de ventana que tenía una reja en cuadros y que la niña pensó que seguramente molestaría al pintor en su trabajo. Cosas de mayores, sin duda… Había al menos tres o cuatro ayudantes; uno de ellos se afanaba en borrar una mancha de tinta que tenía el dibujo mientras el resto estaban sentados en el suelo charlando entre sí. Había también un par de hombres vestidos con capa y de riguroso negro, también con espadas al cinto, que llevaban enormes anillos en los dedos de las manos. Uno de ellos llevaba un collar de oro que resaltaba bastante con el color negro de su ropa. Charlaban entre ellos mientras sus manos reposaban en los puños de sus espadas. Un poco adelantado estaba Don Antonio, el pintor, que seguía comparando el tamaño de su dedo con el de los edificios que tenía enfrente.
—Bienvenido, mi buen amigo Mateo —dijo sin volver la cara, con un fuerte acento extranjero – ¿No me vas a presentar a tu nueva amiga?
—Me llamo Candela —se adelantó la niña.
—Hum —el pintor bajó el brazo, se dio la vuelta y miró a la niña. A Candela le pareció que tenía cara de buena persona —Mi nombre es Anton Van Wingaerde, pero aquí todo el mundo me llama Antonio de las Viñas —mientras hablaba miraba a la niña atentamente. Miró hacia los lados para cerciorarse de que nadie le podía oír y dijo en voz algo más baja —¿De dónde vienes niña?
—De Cuenca —respondió Candela.
—Hum —respondió el pintor mientras miraba las zapatillas de la niña que aparecían por debajo de la capa que le había dejado Mateo —Si vienes de Cuenca la pregunta entonces no es de “de donde” sino “de cuando”
Candela se sorprendió al ver a un adulto hablar así. Se quedó mirando fijamente al pintor. Vestía de forma humilde y tenía la cara con las típicas arrugas que tenía el abuelo de Candela. Le salieron arrugas de tanto sonreír, le había contado una vez su abuela. De hecho, ahora mismo, aquel hombre la miraba con una enorme sonrisa. De alguna forma ella podía sentir que él la entendía y que podía contarle todo lo que quisiera.
—¿Cómo sabe que vengo de otro tiempo? —le preguntó también bajito para que nadie le oyera,
—Lo sé, simplemente lo sé. A veces, los artistas sabemos cosas que el resto no sabe y vemos cosas que el resto no ve. Mira, hace un momento apareciste de la nada y más de veinte personas podrían haberte visto, pero ninguna lo hizo. ¿Y sabes por qué? Porque nadie se fija en los detalles, niña. Ya nadie lo hace. Todos están pendientes del puente o pendientes de mi pintura, porque son la novedad, pero nadie ve los detalles. ¿Sabes una cosa? En los pequeños detalles es en los que se encierra el misterio de las cosas. En los pequeños detalles —añadió pensando hacia sí mismo.
—¿Entonces usted cree en la magia?
El pintor soltó una enorme carcajada que hizo que tanto los ayudantes como los dos hombres de negro se volvieran hacia él —Claro que creo en la magia, niña —dijo en un tono muy bajo —la magia existe y eso lo sabemos todos cuando somos niños. Sólo hay que tratar de no olvidarlo nunca. Si consigues hacerlo… —dijo mirando a Mateo.
—…cambiarás el mundo —respondió este mientras el pintor le devolvía un guiño cariñoso.
—Vengo del futuro —dijo Candela.
—Hum —murmuró el pintor mientras se tocaba la barbilla —del futuro… ¿de qué año vienes niña?
—Del año 2020 —dijo la niña encogiéndose de hombros y haciendo una mueca temiendo que no la fueran a creer —del trece de agosto— añadió para puntualizar.
—Eso explica lo del globo ese que dijiste antes —añadió Mateo.
Candela asintió con la cabeza mirando al pintor que parecía totalmente abstraído.
—Del 2020… —dijo al fin —¿Sabes en que año estamos ahora mismo?
—No —Candela cayó en la cuenta de que hasta ahora nunca se había planteado en que año estaba cuando viajaba.
—Estamos en el año 1665, niña —dijo el pintor sonriendo mientras se metía una mano en el bolsillo —Mira —dijo sacando una moneda —Estas monedas se hicieron el año pasado en la ceca local cuando nuestro rey, Felipe el segundo, vino a visitar esta ciudad. Toma, quédatela —añadió poniéndole la moneda en la mano a Candela —y toma tu otra por traerme siempre cosas interesantes en las que pensar —dijo dirigiéndose a Mateo y dándole otra moneda.
—Buf, tienes muchas cosas que contarnos —dijo el niño sin perder su sonrisa.
—No, Mateo, me temo que no —el pintor los miró a los dos con ternura —conocer el pasado o hablar de sueños es una cosa, pero conocer el futuro… yo no quiero conocer el futuro. La gente que vive pensando en el futuro se pierde el presente.
A Candela aquello le pareció una reflexión muy acertada. Estaba muy acostumbrada a ver como los adultos hacían planes continuamente y, cuando ya estaban haciendo lo que habían planeado, en lugar de disfrutarlo seguían haciendo más y más planes. Miró la moneda que le había dado el pintor; no era como las que ella estaba acostumbrada a manejar. Era un cuadrado de metal con un sello encima con el dibujo de una corona.
-Aunque no queráis conocer el futuro —dijo Candela —sí os digo que esta vista que tenéis delante de vosotros, salvo algunas excepciones, no ha cambiado tanto.
El pintor miro la ciudad sonriendo —Es bueno saber que dentro de cuatrocientos años aún se apreciará la belleza. Quisiera saber si las guerras acabarán o si dejaremos de pasar hambre. Si ya no habrá más enfermedades… pero prefiero no saber. Quiero vivir sin saber lo que está por venir.
—Lo que sabemos seguro es que habrá dragones globo que volaran por la Hoz —dijo Mateo y los tres se echaron a reír. En ese momento se acercaron los dos hombres de negro.
—Veo que disfrutan ustedes de su conversación —dijo mirando a los niños con cara de pocos amigos.
—Los niños, señor corregidor, los niños pueden ser muy graciosos —respondió el pintor —pero ya se iban —añadió haciendo una seña a Mateo.
Mateo cogió de la mano a Candela y se la llevó por el sendero abajo, mientras el pintor los miraba desaparecer.
Candela sostenía fuertemente la mano de Mateo al tiempo que sentía como una nube le iba rodeando.
—Adiós Carmela —Le dijo Mateo.
“No me llamo Carmela, me llamo Candela” quiso decir ella. Pero ya era tarde.
Si quieres ver las partes anteriores las tienes aquí;
¡Vuela con nosotros!
Quieres sobrevolar Cuenca Ciudad Patrimonio de la Humanidad, o impresionantes localizaciones dentro de la Provincia, como el Parque arqueológico de Segóbriga, el Castillo de Belmonte o el Monasterio de Uclés entre otros...
Comentarios recientes